Sin Temor… Ni
Favor…
De mi
archivo de recuerdos
Desde ayer miro el traje verde de vivo matiz algo rasgado de
Isabel de Torres, la montaña emblemática de mi pueblo, engarzada en el alma de
todo Puertoplateño de origen o corazón. Luce
como niña rebelde que usa modernos pantalones rotos, otrora símbolo de mucha
pobreza, descuido y abandono familiar, donde no se aquilataba mucho la
vergüenza propia ante la ausencia de un humilde remiendo, moda que desde hace
años se impuso la juventud que busca lugar y destino con simbolismos raros.
Imponente, bella, esbelta. Sus simas han preservado su integridad y follaje,
su imagen de tierra virgen, evitando urbanización, igual cómo posiblemente la vio
Cristóbal Colon en el 1496 cuando le dio su nombre y luego fundara un villorrio a la orilla de su
pequeña ensenada llena de verdor y arroyuelos, justo a sus pies, donde el
imponente Océano Atlántico que reverente ha besado sus pies desde siempre.
Después de largo tiempo, que trato que sea corto,
he vuelto a bañarme en sus aguas, a escuchar la vieja y conocida canción de
antaño, a sentir su abrazo tibio, su perfume y sus arrullos de madre y a soñar
con el tiempo ya ido y la inmensa felicidad de que al menos esto quede, que aun
siga igual e inmutable. A recordar tanto
y a tantos familiares y conocidos ya idos como se escapa el aire o el agua,
como se nos va la vida en un pestañar, en un abrir y cerrar de ojos, donde aun tanto
queda por hacer, quizás todo.
Como he dicho tantas veces a mi pueblo lo miro con
cara de ayer, con mi vida sentimental, a través de aquellos recuerdos y
vivencias, que como barcos en puerto, quedaron ancladas a aguas que ya no
existen., que se han ido para siempre, para todos y para mí. Y las añoro y las deseo, aun sabiendo que
nunca volverán, y sin saber siquiera si por algún azar del destino volvieran, cuando
llegaren aun me volverían a gustar, tan cambiado como estoy por las
circunstancias y los avatares de la vida.
Aun sabiendo que es imposible, uno se recrea en
recuerdos de antaño, pensando que para nosotros eran definitivamente tiempos
mejores. Aun hoy cuando el camino nos da
razón, nos recuerde de pobreza, estrecheces y precariedades, de dictadura y
control, cosas que recibíamos igual que al viento yodado, la mucha lluvia, los
rayos, los mangos y frutas, las travesuras, la playa siempre invitando, los
amigos, felices con lo que teníamos, con las calles hoyadas, llenas de charcos
y oscuras, sin un centavito de cobre en los bolsillos quizás agujereados y solo
pensando en que el día nunca acabara para divertirnos más, para seguir juntos a
tantos, para contar cuentos y aventuras, subirnos a altas matas y hacer
travesuras, para jugar todo tipo de juegos e inventar otros. Y lo más importante: para soñar despiertos,
elucubrar, desear. Dichoso quien no haya
dejado de hacerlo con la simpleza, transparencia y falta de lógica de aquellos
tiempos.
Aun ahora en los días de batalla intensa y futuro
tétrico, cuando nos imponen a la fuerza desde el supuesto gobierno democrático
que nos esquilma y nos miente, grandes cuotas para cubrir el despilfarro pasado
y futuro de una elite dictatorial desfasada y provocadora a un pueblo que ha
permitido que se entronice, que le maltrate y robe, y a la que solo le damos
pequeños gritos de dolor, nunca de amenaza y rabia, que no son oídos..
Pena que ya no pueda soñar sin sobresaltos y fantasmas,
como antes con los arrullos de Isabel de Torres y el gran mar océano. Lástima que ya no pueda hacerme chiquito y
ajeno a tanto abuso.
Ahora es el tiempo de cargar con la
responsabilidad de lo hecho, con culpa de lo que no se pudo hacer, con la permisividad
de tantos, con la falta de carácter para hacer lo que convenía y solo eso. Son las huellas el camino. Ya no podemos juzgarnos a nosotros mismos, al
irnos otros lo harán. Ojala sean
benignos y compasivos.
Sto. Domingo, R.D.* luis@arthur.net
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*27/X/2012