Sin Temor… Ni Favor…
Memoria volátil
Luis H. Arthur S.
Hace unos tres días estuve en una tienda cercana al parque donde se
recrea la parentela del Síndico. Había 2
jóvenes mujeres y un hombre quizás de unos 25 años, que atendían. Como no había otro cliente, pues es una
tienda pequeña y especializada, tuve la oportunidad de ponerme a conversar con
ellos. Fue corta sobre imposiciones e
impuestos que está de moda y derivó hacia los tiempos de caliés, el SIM, sus carritos
cepillos, de la era de Trujillo. Ninguna
de las muchachas sabía que era el SIM o un calié, a pesar de que aun hay
figuras señeras que agotaron tiempo y maldad en esos menesteres, y que por
alguna rara coincidencia el gobierno de la llamada reforma los mantiene aun hoy
en altísimos puestos oficiales y la población los tolera y hasta distingue.
Nunca habían oído hablar del terror de las
cárceles, de la cuarenta ni de ninguna otra, del temblor y sobresalto que nos
invadía al oír que el silencio de las tranquilas noches de entonces era roto
por el sonar típico de unos de esos magníficos carritos VW que se acercaba en
su continuo y lento patrullar. El
corazón no se calmaba hasta que lo sentíamos seguir de largo e irse perdiendo
en la distancia, quizás ante las plegarias para que no se detuviera frente a
nuestra casa y se llevase a nuestro padre, hermano o hermana o a nosotros
mismo. Verlos venir y pasar a nuestro
lado en una calle cualquiera, con tres hombres dentro de caras duras y despiadadas,
todopoderosos, de mirada torva e inquisidora, que se placían con nuestro miedo,
nos miraban, nos escrutaban y murmuraban, pues en sus manos y voluntad, en su percepción,
estaban hasta nuestra vida, hacienda y familia.
Estas jóvenes tampoco conocían de desaparecidos
ni de cómo tomó cuerpo ese actuar de “sálvese quien pueda” que adoptamos, creó
tantos aduladores, perdió a tanta gente inocente y creó tanta división aun en
la misma familia, cuyas secuelas aún perduran.
Tampoco sabían de Johnny Abbes, y ya no seguí
preguntando, pues era obvio que a ningún otro lo conocerían por nombre ni
acción. El joven sí sabía que calié era sinónimo
de chivato.
Este episodio me puso a meditar de cómo es
posible que las tragedias, la historia se olvide en solo 50 años. Que a las nuevas generaciones no se les
alimente con los acontecimientos que nos han dado vida como pueblo, como fuimos
dominados por el vecino Haití, nuestras luchas libertarias y nuestros Padres (¿3?)
de la Patria, con énfasis en los hechos oprobiosos a que fuimos sometidos con
el devenir de los años y que hicieron claudicar totalmente y por 31 años la
libertad que siempre ha sido tan precaria en nuestro pasado. Esas tristes experiencias vividas para que hechos
similares no se repitan. Para que no
sigamos imposibilitados de despegar hacia estratos superiores de desarrollos. Más aun, con la sospecha de que quizás
intencionalmente les mantenemos huérfanos de los valores cívicos que todo
pueblo necesita para su salud colectiva.
La gran presencia de jóvenes en nuestra población requiere necesariamente
de orientación y guía. ¿Cómo podrán afrontar
el porvenir, si ni idea tienen de sus orígenes, de los tropiezos y avatares que
colectivamente hemos sufrido?
Las experiencias olvidadas dejan de ser
experiencias y estamos condenados a vivirlas de nuevo.
No en balde tenemos un pueblo de abúlicos, de acarreados,
que vive como los pajaritos el día a día, donde los viejos olvidaron la
historia y los jóvenes nunca han oído hablar de ella, ni les interesa, ni
muestran inclinación por conocerla.
Donde los tuertos son reyes y nos esquilman, pues
ciegos los demás, ni claro tenemos los deberes y derechos ciudadanos, ni los
conceptos de democracia, y aceptamos que la justicia sea sólo para ensañarse
contra quien roba un salchichón, ni siquiera para quien lo elabora contaminado
con excremento, ni para los de cuello blanco, ni para los políticos que tienen total
impunidad antes desmanes, desfalcos y todo tipo de abusos y violaciones a las
leyes, soportado y avalado por nosotros que así lo queremos y lo permitimos.
Quizás sea los genes de la esclavitud, cortesía
del Padre de las Casas durante el descubrimiento, nos inclinen a aceptar amos y
señores y arrastrar las cadenas de falta de dignidad
En tiempos de Trujillo nos envilecía el control
férreo, el miedo, el temor al maltrato y muerte, el terror generalizado. Ahora con el modernismo se ha descubierto que
para la mayoría, el dinero es el más efectivo reductor de voluntades, dinero
que además nosotros ponemos, que nos sacan de los bolsillos, sin oposición
mayor, y que tiene el maravilloso don de que nos hace auto envilecernos, sin ayuda
y sin límites. Ya no son necesarias ergástulas
llenas de torturadores, ni desapariciones, ni cepillos y caléis, vamos haciendo
filas sumisos pero contentos, como si fuésemos una fiesta, a vendernos, por
efectivo, una tarjetita de centavos o hasta por simples promesas, que son aun
mejores, pues no cuesta y mantienen la expectativa y el estado de sumisión y
comportamiento vil.
S. Domingo, R. D. * luis@arthur.net * www.luis.arthur.net * www.luisharthur.blogspot.com * 11\XI\2012