Sin Temor… Ni
Favor…
Espejo mudo
Luis H. Arthur S.
Desde cuando
se pierde la historia en el recuento de los tiempos, ha habido abusos.
Podría uno pensar siguiendo la antropología que la supremacía
siempre se le ha impuesto a los más pacíficos, tranquilos, humildes, que a
pesar de ser mayoría, han inclinado la cabeza anta esos señores, que se han
llenado de soberbia y poder para obtener sus deseos y hacer su voluntad, que no
han vacilado en ser duros, crueles, implacables, llenando de temor a los que les
han visto actuar en su rudeza u oído de sus métodos crueldades y torturas.
Lógicamente, distinto a los animales que establecen su predominio de
liderazgo disciplinando pero no maltratando en la generalidad a su misma
especie y grupo, pues son los suyos, nuestra evolución humana no ha sido tan
sabia, y aunque nuestro órgano actuante y pensante, nuestro cerebro, es mayor
que el de ellos, nuestra ambición, maldad, crueldad y desapego no han tenido límites
y hemos querido asociar nuestros actos de dominio además con los misterios
lógicos de un mundo que no creamos, que recibimos lleno de maravillas y
perfecciones, repletos de manifestaciones que nos dejaban petrificados y
donde las más asombrosas la tomábamos como castigo o premio, de seres o dioses
buenos, malos y llenos de pasiones, que nosotros inventamos. De las nuestras, extrapoladas a ellos pero en
forma divina, ilimitada y sin responsabilidades.
Nuestra raza competía y era enemiga de las otras manifestaciones de
la misma especie que con pocas y hasta ninguna variante que en otros partes
surgían, vivían y progresaban. Luce que aun
siendo tan pocos no cabíamos en tantas tierras y buscábamos la forma fácil de
lograr cosas. Y aprendimos a hacer la
guerra, a ellos y a todos para robarles, incluso llegamos a matarnos por miles
y millones, a tener increíbles sufrimientos, por la sola afrenta de un “rey” a
otro o por la disputa de una mujer deseada.
Todo para satisfacer a los que se atribuyeron la potestad de permitirnos
vivir o no.
Estos ambiciosos con el tiempo se presentaron como los
representantes de esos dioses inventados, con la capacidad ahora justificada de
ser sus hijos, representantes o parte, con una divinidad que a veces les hacía que
flotaba sobre el suelo, para con esas artimañas seguir jugando y disponiendo de
nuestra libertad, vida y hacienda, y tenernos domados como manada de caballos
salvajes, para hacer las tareas duras y agobiantes, pagados con puñados de sal,
donde solo les importaba nuestro número, nuestro trabajo y nuestro sacrificio.
Fuimos discurriendo entre monarcas, emperadores, reyes,
dictadores, zares, jeques, y mil nombres más, siendo menos que peones del juego
de ajedrez, hasta que al paso de los siglos y por el trabajo y sacrificio de
muchos, hemos creído que todo aquello quedó atrás. Hasta nos dicen y muchos creen que vivimos en
la modernidad.
Ciertamente, nuestra existencia en parte ha cambiado, pero
básicamente en que ahora sabemos más sobre lo injusto de nuestro estado, lo
poco que tenemos, los muchos que somos y que los males no nos vienen de
supuesta parvada de convenientes dioses viciosos y vengativos.
Hoy tenemos presidentes, los “elegimos” nosotros en forma
conveniente de filtraje maligno y perverso, se supone son nuestros servidores y
están para cumplir el ordenamiento legal, tratar de normar ambiciones y lograr
un bien común que le permita a todos vivir con dignidad y poder satisfacer sus
necesidades perentorias.
Sin embargo, dado que el ser humano progresó de un cerebro
primitivo, paleontológico, compuesto de tronco y cerebelo, donde residen todos
los instintos primarios igual que en cualquier animal, y desde donde se manejan
aun las reacciones de amenazas, comida, pareja, rabia, abandono, y tantas cosas
más, que en fracciones de segundos al ser excitadas mueven músculos, proveen
azúcar de alimento, escogen programas de millones de años de estrategia
selectiva y efectiva, moviendo cantidad de químicos, impulsos eléctricos,
reacciones físicas y otros actos convenientes a la preservación, nosotros, aun
en la supuesta modernidad, hemos seguido siendo esclavos de ese cerebro que no
cambió, sino que se le sumaron capas superpuestas, para de alguna manera domeñar
estas reacciones violentas, creyendo que con el paso de los tiempos, que este
había cambiado, no solo adquirido nuevo ropaje para a veces y en pocos vestir
de etiqueta.
Me luce que lo único que se ha conseguido es que en una gran
parte, que por desgracia mayoría, la violencia haya escondido hipócritamente sus
manifestación virulenta normales, pero seguimos siendo los mismos, y es bueno
que algunos lo sepan, capaces de arrancarle la cabeza a cualquiera en un minuto
ante una reacción violenta, que ya no tiene que ser física, pues eso sí, lo
hemos sofisticado. Basta leer la prensa
local y mundial para comprobar esto hasta la saciedad.
En analogía seguimos siendo los mismos monos vestidos algunos de
seda y es bueno saber que aunque otra cosa creemos, los “programas” de nuestro
ser primitivo aun con ese nuevo ropaje son los que siguen controlando todo
nuestro ser, nuestras reacciones, , casi todas nuestras enfermedades y nuestro
comportamiento colectivo.
Basta ver lo difícil que es para un pueblo vestido si acaso de
algodón por pobre, librarse y castigar civilizadamente a bandidos,
depredadores, criminales del bien común, pues luciría demasiado pretender, frente
a tantos que ante una moneda bailan al son de lo que les toca el organillero,
sabiendo que hacen mal, y protegiendo también a una macolla, que se defiende de
lo por ellos también robaron, su estatus, su creída buena fama, su derecho a
vivir sobre los demás, donde ellos quizás piensen que dejaron de ser monos de
ayer, y son simples monos amarrados por el cuello que tiene que bailar para
poder vivir. Lástima que el espejo haya
nacido mudo y solo refleje sus imágenes y no su futuro.
Mty., Méx * luis@arthur.net * www.luis.arthur.net * www.luisharthur.blogspot.com * 6/VII/2013