sábado, noviembre 05, 2005

MI AMIGO FRANKLIN JIMENEZ DEMORIZI

MI AMIGO FRANKLIN JIMENEZ DEMORIZI

Por: Luis H. Arthur S. http://www.luis.arthur.net/ http://www.luisharthur.blogspot.com/ – 5 Noviembre 2005

Tenía que recoger mi pasaporte oficial y los pasajes para el viaje a Monterrey. Ahí conocí a un jovencito de unos 17 años. Largo, flaco de hablar calmado, entablamos amistad y sin saberlo en ese momento, estaba destinado a ser uno de mis grandes amigos. Parece que hubo una química especial, pues el viaje de 1 de Septiembre vía Miami y Ciudad México lo hicimos juntos, ocupando la misma habitación doble en un pequeñito hotel en Ciudad México, llamado Castropol. Juntos dimos nuestros primer recorrido exploratorio de aquella legendaria urbe de tantas canciones, de tantas películas, de tantos sueños y anhelos, disfrutando y aprendiendo de las cosas nuevas que a nuestro caminar se mostraban. Era pasada de las 4 de la tarde.

Recuerdo que nos impactó que aquella ciudad parecía un hormiguero donde apenas se podía caminar, lleno de persona con rasgos indígenas, de pequeña talla, muy distintas a las émulas de las divas de aquellas películas que ansiosa y vanamente deseábamos encontrar.. Como nuestro hotelito estaba sobre Pino Suárez a tres cuadras del Zócalo, pudimos deambular a gusto en el mismo corazón de la ciudad. Mucho nos llamó la atención los edificios que la rodean el Zócalo y sus imponentes estilos coloniales. Visitamos la hermosa Catedral, y admirados pudimos entrar al Palacio Nacional, sin que nadie nos parara y recorrer sus pasillos, admirar sus murales, el coche negro de Don Benito y su museo adjunto. Vimos panaderías con una variedad de piezas que no nos eran usuales, ante la orfandad de tanta variedad en nuestra tierra. Entramos en una tienda de zapatos. Para concluir, y después de pasar por la Alameda y Bellas Artes, entramos en una cantina bastante abarrotada a una cuadra del hotel, no acercamos a la barra, y nos llamó la atención que la misma estaba hecha de azulejos blancos, de arriba abajo, terminada en un canal a nivel del suelo. Pronto entendimos su vital uso. Los parroquianos parados frente a la barra luego de tomarse un tequila directo al hígado, de un sólo golpe, acompañado de la clásica sal, limón y grito, escupían, y el canal era el recipiente idóneo a evitar un suelo demasiado mojado y cochino.

La salida a Monterrey era a media mañana del día siguiente 4 de Septiembre y recuerdo que nos levantarnos a las 6:00 am y !OH sorpresa!, a bañarnos con agua helada, con pingüinos y todo saliendo por la ducha, ya que el calentador del hotelito estaba dañado…

El Tecnológico de Monterrey, como un oasis verde, se abrió antes nosotros al mediodía, bajo un calor abrumador.

Esa amistad de 42 años, nunca ha tenido altas ni bajas. Creo haber recibido más de lo que he dado y con los avatares de la vida, las separaciones que nos han hecho vivir en ciudades distintas de países diferentes, ha perdurado y perdura, como una muestra fehaciente de la aceptación que ambos hemos hecho de un vínculo de amistad más allá del tiempo, la distancia y las debilidades mutuas.

Mi amigo Franklin es más soñador que pragmático. Inmune a los tropezones siempre luce positivo y escogiendo lo mejor del menú, sea este abundante o pobre. Lo mismo ha ocupado posiciones cimeras de envidia, como se ha visto sumido en proyectos lentos y difíciles. Su voluntad de hierro, su perseverancia y su trabajar incansable de hormiga, hacen que siempre vea la luz, con la esperanza de que pronto poseerá un sol.

Siempre pendiente de mis hijos, cuando ellos se quedaron y yo regresé, fue como efectivo padre sustituto, para aconsejar y abrir puertas. Esa amistad me ha enriquecido y tengo un agradecimiento eterno a esa vocación de amor.

Con todas las dificultades de los años recién pasados, Franklin ha sido el mismo que conocí aquel mediodía de los últimos días de Agosto del 1963, en Santo Domingo. Un amigo sincero y querido, que sabe tanto y de tantas cosas, que investiga y sintetiza, con la claridad de que lo que no se ha hecho es porque nadie lo ha intentado, que a veces me da envidia. Quien ha encontrado como consumado alquimista, la forma mágica de multiplicar el tiempo para que alcance para todo.

Flaco aun, casi calvo, vegetariano, luce como enhiesta vara de bambú que se inclina al paso de los vientos, pero no se rompe, y prontamente recobra su posición que indica el único camino posible: hacia el universo y hacia la gloria.

Fin