sábado, enero 30, 2010

INVIABLES Y CONFINADOS

Sin Temor… Ni Favor…

Inviables y Confinados


Luis H. Arthur S.

Es notorio entre los animales salvajes, aquellos que tiene libertad, el copular sólo con los machos más capaces, fuertes y dominantes, que son los menos, de modo que la descendencia sea siempre mejor. En cautiverio o en “sociedades”, estas reglas de la naturaleza no se siguen y hasta los tarados, los incapaces, se reproducen, logrando que las sociedades desmerezcan y pierdan competencia.
Esta condición hace que desde que nos fuimos asociando en comunidades hace millones de años, el avance en cuanto al mejoramiento genético se haya visto muy retrasado e inclusive hasta casi detenido en gran parte de la población a quienes la tecnología, las metas y el desafío no ha llegado.
Muchas sociedades, como entes se han visto sometidas a vivir abúlicas, desorganizadas, a tener poco avance y a la perpetuación de males, que otras superaron hace tiempo.
Desgraciadamente los países africanos y latinoamericanos, han sido manejados por personas cuyos intereses no han sido el progreso para el bienestar de todos, y los países que han avanzado más en esta carrera, se han creído con el derecho natural de imponerse a aquellos que se han quedado retrasados, para seguir en su marcha triunfal catapultándose sobre sus muchas necesidades, en un círculo vicioso dañino que aumenta la brecha donde unas parecen ir con los tiempos y otras, las más, seguir en las era de las cavernas.
En la calificación de los pueblos que se hace midiendo índices de desarrollo, Haití es el país más pobre, deprimido e inviable de la América. No importa que haya sido quien primero, hace 206 años, logró sublevarse y echar de su territorio al amo que con saña los esclavizaba, la gran potencia Francia. Sus líderes y su pueblo no han sabido organizarse para la libertad, el desarrollo, la convivencia igualitaria que no sea la miseria, y han vivido casi tribalmente y sin poder resistir el abuso sistemático de las potencias. No han logrado encontrar un Mandela, modelo revolucionario capaz e incorruptible. Todos sus gobernantes, hasta el ex sacerdote Aristide, han sido unos viles depredadores y abusadores, que se han enriquecido a base del dinero robado a la pobreza extrema, a la miseria de ese pobre pueblo, que consumió su ecología, su tierra labrantía, sus aguas, sus recursos, a la vez que se reproducen con el ardor tropical, que sólo la mala salubridad limita un poco. Entre todos no han podido construir una verdadera nación, y lo han convertido en un país inviable, sometido y ahora ocupado, sin líderes competentes y honestos, incapaces de organizarse y levantarse por sí solos, con tantos partiduchos y “candidatos” que hasta violentamente se disputan el poder político, pues igual que aquí, es el mejor y más rápido medio de enriquecimiento y ascenso social.
Haití, un país golpeado desde su origen, discriminado por sus habitantes ser negros, iletrados, enfermos, hambrientos, se ha desbordado y nadie los quiere como inmigrantes y sólo se piensa en su uso esclavo, en confinarlo y que se mueran de hambre.
Hasta parece que la naturaleza impiadosa se ensaña con el caído y le manda un terremoto que destruye su capital, sus símbolos de poder y exhibe sus miserias. Hoy es veleta sin posibilidad ni voluntad de la voluntad de tantos que al dar se sienten amos y quieren ser protagonistas.
Santo Domingo, R.D. * luis@arthur.net * www.luis.arthur.net * www.luisharthur.blogspot.com *30/I/2010

martes, enero 19, 2010

TERREMOTOS Y VIVIENDAS

Sin Temor… Ni Favor…

Terremotos y Viviendas


Luis H. ArthurS.

(Artículo escrito para la Revista de Arquitectura POYECCIÓN, y reproducido por EL NACIONAL el 1 Abril 2009)

Los terremotos ocasionan muertes masivas, algunas por derrumbamientos de piedras, lodo y otras por las obras que el ser humano construye deficientes y poco planificadas. Así, cuando colapsan, nos aplastan y, en el mejor de los casos nos entierran vivos, en espera de rescate que quizás no llegue.
Nuestro país tuvo su último gran terremoto el 4 de Agosto de 1946 a las 12:55 pm, el cual tuvo su epicentro en una falla, un agujero de más de 8 Km de profundidad en el Océano Atlántico, frente a Puerto Rico, llamado la Fosa de Milwaukee y una intensidad de 8.1 grados en la escala de Richter.
Esta forma de medir los terremotos se debe a Charles Richter (1905 - 1985) y es una escala logarítmica, lo que hace que cada número ascendente significa el doble de destrucción del número anterior. Esto es, un terremoto de magnitud 5 produce doble daño que uno de magnitud 4 y así sucesivamente.
Nuestras estadísticas de fenómenos vividos, según la historia del descubrimiento para acá, nos muestran que cada 50 años aproximadamente se origina uno de estos fenómenos de gran intensidad, que se deben al choque de las placas tectónicas que pasan por la cordillera septentrional, entre Puerto Plata y Santiago.
Cada año se producen cientos y miles de movimientos sísmicos, la mayoría imperceptibles excepto para los sismógrafos, que son los equipos que miden estos fenómenos. En http://www.iris.edu/latin_am/domrepub.phtml puede verse la lista de los sismos durante los últimos 90 días.
Terremotos del pasado causaron el hundimiento y destrucción total de La Vega y Santiago (2 Diciembre 1562), la destrucción de El Seybo (1751). El 7 de Mayo de 1842 otro terremoto derrumba los principales edificios de Santiago.
Actualmente existe una zona de inestabilidad pasando Imbert y se observa en la autopista camino a Navarrete, donde a pesar de los múltiples arreglos en la carretera, siempre se rompe el pavimento y se nota el desplazamiento lateral de ambos extremos.
Han pasado más de 50 años y los expertos vaticinan que en cualquier momento podríamos tener una fuerte sacudida. Ahí radica el temor de que tantas obras construidas sin estudios antisísmicos y con muchos vicios puedan colapsar, como hemos visto en años recientes en Japón, China y otros países asiáticos.
En estos tiempos un ciclón se anuncia con anticipación, se le da seguimiento a su ruta, se mide la velocidad de sus vientos y de traslación, se calcula la cantidad de agua que depositará y la gente puede refugiarse en sitios adecuados para salvar la vida. En el caso de un terremoto no sucede lo mismo. Llega inesperadamente y causa tanto daño por su intensidad y la dirección de sus ondas expansivas y se lleva tantas vidas que a veces ni puede precisarse con exactitud su número.
Cuando el terremoto del año 1946 yo iba a cumplir 10 años y recuerdo el pánico de todos, los llantos, las plegarias y la incertidumbre de no saber cuántas replicas vendrían, a qué hora y de que intensidad. El dormir en descampado. En aquellos tiempos vivíamos en Puerto Plata en una casa de dos pisos de madera, techada se zinc. La madera es flexible y tiene más capacidad para absorber estas ondas energéticas y como en el país todas las viviendas eran de madera, esto evitó que se produjeran derrumbamientos de pesadas paredes y aplastamientos, pero hubo un maremoto que entró hasta 5 Km en la costa nordeste (Nagua, Matancitas). El total de víctimas en el país se calculó en 1,970, entre muertos y desaparecidos.
En estos 62 años el país ha cambiado. Las construcciones se han hecho de bloques de hormigón, pero no hay garantía de que fueran calculadas para resistir las ondas de expansión horizontales que, dada la rigidez propia del material, son un riesgo latente que pende sobre nuestras cabezas y vidas.
Con la falta de reglamentación o su poco cumplimiento y por la poca supervisión y la cantidad de construcciones ilegales, pienso que estamos protegidos por la mano de Dios. Quizás cuando venga el que tarde o temprano llegará, dado que estamos en zona de alto riesgo sísmico y nuestra isla está en el borde norte de la placa tectónica de El Caribe que interactúa con la Placa de Norte América, sabremos qué hemos hecho en cuanto a construcción segura. Cuando llegue, muchos posiblemente no lo contaremos y quizás estemos entre la larga lista de muertos y damnificados.
Sin que esta sea mi profesión, cuando hace varios años sucedió un fuerte temblor en Puerto Plata de magnitud superior a 5, que tumbó una escuela, agrietó muchos edificios e hizo colapsar el tercer piso añadido del Banco de Reservas, me preocupé y buscando en Internet encontré una página Web de un Gurú de la India, que con amplios estudios en Inglaterra y otras universidades, ofrece unos consejos que me han parecido muy sencillos y que, como él dice, alteran poco la forma actual de construir que tanto aquí como allá tenemos. Es importante recalcar que la India, tiene una cantidad enorme de terremotos, debido al choque de placas tectónicas que han elevado la tierra a las montañas más altas, como el Everest.
En http://www.geocities.com/gurubhag/erbc.htm pueden encontrar detalles de esta simple técnica, que consiste en lograr pareces reticuladas en anillos, como actualmente se hacen los techos aligerados. (El sitio Geocities.com desapreció y no se puede encontrar ya el artículo citado)
Se levantan desde la zapata unas hileras de bloques de concreto con sus bastones de varillas como normalmente se hace ahora, separados los bastones de acuerdo a la categoría de la zona sísmica, digamos por ejemplo a 1.20 metros, que puede ser menos, hasta una altura de 1.20 m. Se rellenan obligatoriamente los bloques donde tienen los bastones y también se pueden rellenar todos los demás hoyos y poner los bastones más cercanos si el riego sísmico lo amerita. Como ya expliqué, cada 1.20 m desde la zapata hacia el techo, esto es cada 6 bloques se hace una viga periférica sencilla de 2 varillas de 3/8” o de ½” horizontales, que enlacen todo el perímetro incluyendo también todas las paredes interiores, éstas con varillas terminadas y empezadas en forma de L para que entren en la viga periférica, de modo de obtener una estructura resistente para toda la obra. Luego se siguen otros 1.20 m más de alto, y se repite lo mismo y así hasta llegar a nivel de techo. Lo mismo se repite para cada nivel si es de varios niveles.
Si hiciéramos una abstracción de los bloques, nos quedaría una construcción reticulada con vigas y columnas bien amarradas de 1.20 m. y la novedad es que incluye todas y cada una de las paredes divisionales interiores, lo que permite que en terremotos, las fuerzas axiales de corte, así como las verticales, encuentren una estructura resistente simple pero sólida y monolítica, que no va a colapsar fácilmente.
Normalmente en nuestro país ponemos la viga de amarre sólo a nivel de techo cuando la pared alcanza los 2.80 m o 3.00 m de alto como corona. Los dinteles superiores que hacemos para las ventanas, son ligeramente mayores al hueco existente, casi nunca corridos, y debajo de las ventanas no se ponen vigas corridas de amarre, por lo que en muchas construcciones eventualmente se crean grietas a 45º en las esquinas inferiores por asentamiento de la zapata.
Estas vigas de amarre horizontales cada 1.20 m partiendo desde las zapata, son sencillas de hacer si se compran bloques que ya se venden, sin parte de las paredes divisionales, se puede encajonar las varillas y vaciar el concreto, sin tener que usar formaletas de madera, sin que exteriormente se noten ni detener la obra.
Lo importante es que de las buenas prácticas de la ingeniería en la construcción, se logra hacer estructuras capaces sin vicios, para que no sean nuestras propias tumbas. Tanto los dueños, ingenieros, arquitectos y el Estado, deberían preocuparse porque estas sencillas y salvadoras soluciones se impongan y se salven vidas. Los que la van a vivir deberían ser los más preocupados e interesados en que las cosas se hagan bien, pues después de muertos no hay como reclamar nada.
Mty., N.L., Méx. * luis@arthur.net * www.luis.arthur.net * www.luisharthur.blogspot.com * 19/I/2010

miércoles, enero 13, 2010

TERREMOTO

Sin Temor… Ni Favor…

Terremoto

Era el domingo 4 de agosto del 1946, cumpleaños 12 de nuestro amigo y vecino Juan Antonio Leroux Morales, quien acaba de morir el 19 de Agosto pasado.
En esa época me faltaba mes y medio para cumplir los 10 años, y vivía en la parte alta de Puerto Plata, ciudad costera y lomosa que va subiendo la falda de la montaña Isabel de Torres desde el mar. Vivíamos en la calle la 20 de Diciembre #17, entre la calle Beller y la Antera Mota, a tres casas de ésta última. Era una casa alquilada de madera de dos pisos.
Eran las 12:51 de la tarde y ya terminaba la familia de padre, madre, dos hermanas y yo, el más pequeño, de comer, cuando comenzó a estremecerse todo con una violencia nunca sentida, algo totalmente nuevo. Era el último de los grandes terremotos de magnitud 8.1 que asolaba esta isla con amplio historial de sismos catastróficos.
Siempre vienen precedidos de un ruido grave y sordo, de muy baja frecuencia, que parece venir de todas partes, y es que viene de debajo de la tierra, trasmitido por esta, ruido parecido a cuando un buldozer trabaja cerca de nuestras casas o un camión muy cargado pasa por la calle y hace temblar el suelo y nuestra vivienda. Ese ruido atemorizante rápidamente se mezcla con el de las estructuras que se cimbran, de puertas que baten, donde todo cruje. Con el campaneo del chocar de platos, botellas, trastes que se caen, golpean, se rompen, en una sinfonía extraña, nunca antes escuchada, que va a depender de las características y contenido de la vivienda, y que jamás se olvida.
Como si este concierto fuera insuficiente, se les añaden los gritos desesperados de propios y extraños, en una improvisada ópera sin partitura ni director, en que todos somos actores. Los padres ordenando que salgamos, gritando nombres, vecinos haciendo lo mismo, todos sorprendidos, sin saber lo que pasa, sin experiencia, todos preguntando, respondiendo, y llamando a la vez. Aquello se vuelve un desorden, un concierto infernal de desesperación e incapacidad. Los perros aúllan, las vacas, caballos, burros, chivos se arrodillan para no caerse, y se interpreta como que están orando y pidiendo perdón, y todos corremos como borrachos dando tumbos y hasta mareándonos.
Por suerte aquella babilonia dura sólo un instante, quizás un minuto, pero parece toda una vida, una eternidad. El tiempo pasa como en cámara súper lenta, y en ese fugaz instante se vive toda una vida.
Todos corrimos para la calle, pero también debíamos de protegernos de las estructuras propias y vecinas, de postes y del tendido eléctrico, de arboles, ramos y hasta de cocos donde existían matas cercanas, que nos puedìan caer encima. Muchos de rodillas se golpeaban el pecho pidiendo misericordia a Dios, a la virgen, a todos los santos, y haciendo promesas, pues lo interpretan como un castigo divino por nuestros pecados y vida no cristiana. Todos salen como están, aun desnudos si se estaban bañando. La desesperación y el miedo obnubilan la mente y anulan pudor y convenciones.
En aquellos tiempos la mayoría de las casas eran de madera con techos de planchas de zinc, estructuras muy ligeras y flexibles que si estaban bien construidas y amarradas sólo se flexionaban sin caerse, y los daños resultaron generalmente nulos o pocos. Las de concreto, pocas en la época, son mucho menos flexibles y muy pesadas, y sufrieron más. Se le desprendían pedazos y se agrietaban por el esfuerzo cortante desarrollado en su gran masa inercial por la aceleración recibida del movimiento telúrico.
No recuerdo de víctimas fatales en mi pueblo. El susto y la incontinencia que vinieron después eran los mayores problemas, ante la espera de lo que vendría, ante lo impredecible y la falta de información. En la mente de muchos estaba el recuerdo de que Santiago y La Vega Real se hundieron tragados por la tierra en sismos pasados.
Luego del primer gran temblor vinieron las réplicas, y uno estaba alerta y muy asustado pues no sabía si serían de igual intensidad o mayor, ni a qué hora vendrían, ni en qué cantidad. A veces hasta se sentían temblores que no habían sucedido y al igual que cuando uno verdadero llegaba, la reacción de correr y atropellar era instantánea. Sólo se oía: “está temblando” y salíamos disparados como expelidos por resortes.
Se aprende a escuchar y a estar atento a ese ruido característico y desquiciador, y al oírlo se sabe que en cuestión de escasos segundos empezará el hamaqueo y el asustarse y correr; se llega eventualmente a anticipar su magnitud por la intensidad del ruido de la onda sísmica.
Hay personas que su oído tiene un rango auditivo más amplio que la mayoría, lo que les permite escuchar con más fidelidad tenues sonidos graves, igual que lo hacen tantos animales. Las ballenas, dicen, se comunican hasta 7 mil kilómetros con estos potentes sonidos graves. El hombre ahora intenta dominar la técnica de estas poderosas ondas de muy baja frecuencia para usarla en la guerra y destruir…
En la tierra se abrieron grietas y uno en su ignorancia creía que se abrirían muy grandes y nos tragarán, como a Santiago y La Vega. Recuerdo que en el gran solar de enfrente a mi casa, donde jugábamos pelota, se abrió una de unas tres o cuatro pulgadas de ancho y 12 ó 15 m de largo. También sucedió lo mismo en muchos otros sitios de la ciudad. Los padres del vecindario fueron a verla y hablaban bajito con caras adustas y uno observaba, y escuchaba de todos los amiguitos, tan ignorantes como uno, los peores vaticinios. ¡Que eran hondísimas!, ¡Que no deberíamos acercarnos pues podían de repente abrirse, tragarnos y después la tierra se cerraría aprisionándonos y enterrándonos vivos!. Ante todos estos malos augurios, cuando nuestros padres trataban de tranquilizarnos, creímos que era sólo eso y dudábamos, y llevábamos siempre el corazón en la boca.
En las costas los terremotos traen muchas veces inundaciones marinas debido a las grandes olas que se forman y azotan las costas bajas. Matanzitas en Nagua desapareció ante olas de 2.5 m, dado que el terremoto tuvo su epicentro en el mar a 76 Km de Samaná, en la Fosa de Milwaukee o Fosa de Puerto Rico, que tiene 800 Km de largo y 8,605 m de profundidad máxima, siendo la mayor depresión de la transición entre el océano Atlántico y el mar Caribe. La alteración marina formó olas que vinieron del este y en Nagua llegaron por mementos hasta los 4 y 5 m. Primero el mar se retira, y la playa se alarga y esas aguas regresan con gran violencia y velocidad, en ondas mecánicas de gran energía y muy destructivas. Fue un pequeño maremoto o tsunami que penetró algunos kilómetros tierra adentro.
A los pocos minutos de que pasó el terremoto, los ánimos se fueron calmando y el alma nos volvió al cuerpo, y armados de valor nuestros padres entraron de nuevo a la casa a recoger el reguero de cosas tiradas y muchas rotas, vidrios de botellas, vasos y platos, a poner cierto orden, dejando en el suelo lo no roto, por precaución y para evitar más rompedera. Durante los días siguientes no fuimos a la escuela, y preferíamos bajar las camas a la primera planta o dormir en el piso, para en caso necesario poder salir rápidamente. Todas las actividades normales se vieron grandemente afectadas.
Las noticias comenzaron a llegar. Vivíamos pegados a la radio esperándolas y atentos a cualquier vaticinio y enterándonos de los daños en otras localidades, poniendo énfasis en donde vivían familiares y amigos. La intensidad lógicamente varió con la con la distancia del epicentro y ya por la frontera apenas se sintió. Las noticias y las anécdotas llegaban quizás más rápido por radio-bemba, generalmente distorsionadas y dramatizadas, como la de la entrada del mar en Matanzitas y el peligro que nos amenazaba de maremoto y hasta de que la isla fuese “tragada” por la fosa, creando desasosiego sobre todo por nuestra condición de ciudad costera. También las llegaron las anecdóticas, que si en la capital doña fulana que se estaba bañando salió como Dios la trajo al mundo y en el camino agarró un cuadro del Corazón de Jesús caído, y en su carrera y con el golpe sufrido se le desprendió la imagen quedándose sólo con el marco, y ya en la calle se lo puso delante para cubrirse y decía a todos señalando hacia donde debía estar la imagen, ¡récenle a este para que nos perdone!
El vecindario estaba lleno de rumores, rosarios y horas santas, y el jueves próximo, día 8, se ofició una Misa de Gracias en la Iglesia de San Felipe Apóstol, frente al parque central a las 8 de la mañana, que hecha de concreto había sufrido sólo cuarteaduras, pero sus dos altas torres resistieron sin caerse aunque las campanas tocaron una arrítmica melodía. El reloj público en una de ellas se paró y mi padre, quien lo atendía, tuvo que subir por las escaleritas de miedo, desenredar los cables de las tres pesas, darle cuerda y ponerlo nuevamente en marcha. Mi hermana mayor de casi 19 años fue a ese acto litúrgico, y justo a las 8:28 am, durante la misa, se sintió una réplica muy fuerte de magnitud 7.6, posiblemente las más fuerte sentida desde el terremoto del Domingo anterior, día 4. Todos salieron en tropel hacia el parque, y mi hermana cubrió en un instante las 10 cuadras en subida que nos separaban de la Iglesia, y traía en los brazos a la niña más pequeña de mi tío, Carmen Rosalía, sin siquiera darse cuenta.
Todos, vecinos y familia, estábamos en medio de la calle cuando ella llegó como una tromba, exhausta, sin aliento, pálida, totalmente alterada, histérica, diciendo que el mar se estaba metiendo, que teníamos que irnos inmediatamente para la loma. Mis padres trataban de calmarla sin éxito. Papá le mostraba el mar que se veía tranquilo y le explicaba lo alto que vivíamos. Ella casi fuera de sí insistía diciendo que cuando salió ya había llegado al Parque Central, que ella lo vio y que sentía en su carrera que le venía pisando los talones, mojándola, y como prueba mostró sus piernas, zapatos y pies mojados y pasándole un dedo lo probó y dijo que era salado, ¡agua de mar...! ¡Se había orinado del susto!
Total que la aprensión era tal, que recogimos algunas cosas y nos fuimos a pernoctar a una vivienda de una prima de mi madre que vivía en el Cerro de Batlle, un poco más arriba. Allí se hizo un sancocho y dormimos sobre sábanas en el suelo, dentro de la casa unos y bajo los frondosos árboles otros. Yo desde el primer día en que el temblor me mareó, andaba con una botellita de alcohol para olerlo cada vez que sentía que la cabeza comenzaba a írseme.
Al otro día volvimos a la casa y poco a poco los temblores fueron cesando y la vida volvió a su normalidad, pero la experiencia nunca ha sido olvidada, aunque hayan pasado más de 63 años. Siempre lo recordaremos y estaremos alerta, con un temor instintivo que nos dejó impreso, pues sabemos que un día que quizás no tarde mucho, el país volverá a tener una experiencia similar, y ahora con tantos edificios altos, casas de bloques y concreto, muy pesadas, de mucha masa, quizás hasta mal diseñados y peor construidas, sin seguir códigos antisísmicos, en terrenos muchas veces inapropiados, van a causar muchas más pérdidas que las 100 personas muertas y los 20,000 que perdieron sus hogares, mayormente en Matanzitas, como reportan en las estadísticas del USGS (US Geological Survey)
Los terremotos en sí raramente matan, pero los deslizamientos y sobre todo las obras hechas por el hombre, nos caen encima, nos aplastan y nos entierran, muchas veces vivos y maltrechos, y no siempre la ayuda llega a tiempo.
El último temblor fuerte se sintió en el país fue el Domingo 21 Septiembre del 2003 a las 11:45 pm cerca de Puerto Plata, a 40 Km al norte de Santiago de una magnitud de 6.4, que tumbó el mal construido tercer piso del Banco de Reservas y una gran escuela pública. Ambos colapsaron. Gracias a la hora no había personal ni alumnos y se reportaron sólo tres muertes.
El gran terremoto de Ciudad México del jueves 19 de septiembre del 1985 a las 7:55 am, de magnitud 8.0 igual al nuestro, causó oficialmente 9,500 muertos, 30,000 heridos y 100,000 hogares perdidos, y aun se especuló que el gobierno maquilló las cifras y que los muertos pasaron de 20,000.
Acaba de pasar un terremoto de magnitud 7.0 el 3 Septiembre 2009 en Java, Indonesia, que produjo un pequeño maremoto y 72 muertos.
El 12 de Enero del 2010, ayer, a las 5:53 pm hora dominicana, hubo un terremoto de magnitud 7.0 a 7.3 a 15 Km al suroeste de Puerto Príncipe, Haití, con quien compartimos la isla Hispaniola, que devastó la ciudad. Al escribir esto, el día 13, aun no se saben oficialmente cuanto fueron los muertos ni se cuantifican los terribles daños, pero se dice que serán varios miles de vidas pérdidas, y demasiado millones en infraestructura y edificaciones. Nuestro país no sufrió ningún daño ni muertes, pero aunque no quisiera volver a tener en nuestro país una experiencia similar, estoy convencido, porque así lo dicen las estadísticas, que eventualmente llegará otro análogo al del 4 Agosto del 1946, y esta vez, con el hacinamiento que tenemos, y una población 2.5 veces mayor, que no toma precauciones ni del entorno, el terreno, ni la vivienda, penosamente entiendo que no será tan blanco como aquel lo fue. ¡Que Dios nos agarre confesados!
Mty., Mx. * luis@arthur.net * www.luis.arthur.net * www.luisharthur.blogspot.com *13\1\2010