miércoles, enero 13, 2010

TERREMOTO

Sin Temor… Ni Favor…

Terremoto

Era el domingo 4 de agosto del 1946, cumpleaños 12 de nuestro amigo y vecino Juan Antonio Leroux Morales, quien acaba de morir el 19 de Agosto pasado.
En esa época me faltaba mes y medio para cumplir los 10 años, y vivía en la parte alta de Puerto Plata, ciudad costera y lomosa que va subiendo la falda de la montaña Isabel de Torres desde el mar. Vivíamos en la calle la 20 de Diciembre #17, entre la calle Beller y la Antera Mota, a tres casas de ésta última. Era una casa alquilada de madera de dos pisos.
Eran las 12:51 de la tarde y ya terminaba la familia de padre, madre, dos hermanas y yo, el más pequeño, de comer, cuando comenzó a estremecerse todo con una violencia nunca sentida, algo totalmente nuevo. Era el último de los grandes terremotos de magnitud 8.1 que asolaba esta isla con amplio historial de sismos catastróficos.
Siempre vienen precedidos de un ruido grave y sordo, de muy baja frecuencia, que parece venir de todas partes, y es que viene de debajo de la tierra, trasmitido por esta, ruido parecido a cuando un buldozer trabaja cerca de nuestras casas o un camión muy cargado pasa por la calle y hace temblar el suelo y nuestra vivienda. Ese ruido atemorizante rápidamente se mezcla con el de las estructuras que se cimbran, de puertas que baten, donde todo cruje. Con el campaneo del chocar de platos, botellas, trastes que se caen, golpean, se rompen, en una sinfonía extraña, nunca antes escuchada, que va a depender de las características y contenido de la vivienda, y que jamás se olvida.
Como si este concierto fuera insuficiente, se les añaden los gritos desesperados de propios y extraños, en una improvisada ópera sin partitura ni director, en que todos somos actores. Los padres ordenando que salgamos, gritando nombres, vecinos haciendo lo mismo, todos sorprendidos, sin saber lo que pasa, sin experiencia, todos preguntando, respondiendo, y llamando a la vez. Aquello se vuelve un desorden, un concierto infernal de desesperación e incapacidad. Los perros aúllan, las vacas, caballos, burros, chivos se arrodillan para no caerse, y se interpreta como que están orando y pidiendo perdón, y todos corremos como borrachos dando tumbos y hasta mareándonos.
Por suerte aquella babilonia dura sólo un instante, quizás un minuto, pero parece toda una vida, una eternidad. El tiempo pasa como en cámara súper lenta, y en ese fugaz instante se vive toda una vida.
Todos corrimos para la calle, pero también debíamos de protegernos de las estructuras propias y vecinas, de postes y del tendido eléctrico, de arboles, ramos y hasta de cocos donde existían matas cercanas, que nos puedìan caer encima. Muchos de rodillas se golpeaban el pecho pidiendo misericordia a Dios, a la virgen, a todos los santos, y haciendo promesas, pues lo interpretan como un castigo divino por nuestros pecados y vida no cristiana. Todos salen como están, aun desnudos si se estaban bañando. La desesperación y el miedo obnubilan la mente y anulan pudor y convenciones.
En aquellos tiempos la mayoría de las casas eran de madera con techos de planchas de zinc, estructuras muy ligeras y flexibles que si estaban bien construidas y amarradas sólo se flexionaban sin caerse, y los daños resultaron generalmente nulos o pocos. Las de concreto, pocas en la época, son mucho menos flexibles y muy pesadas, y sufrieron más. Se le desprendían pedazos y se agrietaban por el esfuerzo cortante desarrollado en su gran masa inercial por la aceleración recibida del movimiento telúrico.
No recuerdo de víctimas fatales en mi pueblo. El susto y la incontinencia que vinieron después eran los mayores problemas, ante la espera de lo que vendría, ante lo impredecible y la falta de información. En la mente de muchos estaba el recuerdo de que Santiago y La Vega Real se hundieron tragados por la tierra en sismos pasados.
Luego del primer gran temblor vinieron las réplicas, y uno estaba alerta y muy asustado pues no sabía si serían de igual intensidad o mayor, ni a qué hora vendrían, ni en qué cantidad. A veces hasta se sentían temblores que no habían sucedido y al igual que cuando uno verdadero llegaba, la reacción de correr y atropellar era instantánea. Sólo se oía: “está temblando” y salíamos disparados como expelidos por resortes.
Se aprende a escuchar y a estar atento a ese ruido característico y desquiciador, y al oírlo se sabe que en cuestión de escasos segundos empezará el hamaqueo y el asustarse y correr; se llega eventualmente a anticipar su magnitud por la intensidad del ruido de la onda sísmica.
Hay personas que su oído tiene un rango auditivo más amplio que la mayoría, lo que les permite escuchar con más fidelidad tenues sonidos graves, igual que lo hacen tantos animales. Las ballenas, dicen, se comunican hasta 7 mil kilómetros con estos potentes sonidos graves. El hombre ahora intenta dominar la técnica de estas poderosas ondas de muy baja frecuencia para usarla en la guerra y destruir…
En la tierra se abrieron grietas y uno en su ignorancia creía que se abrirían muy grandes y nos tragarán, como a Santiago y La Vega. Recuerdo que en el gran solar de enfrente a mi casa, donde jugábamos pelota, se abrió una de unas tres o cuatro pulgadas de ancho y 12 ó 15 m de largo. También sucedió lo mismo en muchos otros sitios de la ciudad. Los padres del vecindario fueron a verla y hablaban bajito con caras adustas y uno observaba, y escuchaba de todos los amiguitos, tan ignorantes como uno, los peores vaticinios. ¡Que eran hondísimas!, ¡Que no deberíamos acercarnos pues podían de repente abrirse, tragarnos y después la tierra se cerraría aprisionándonos y enterrándonos vivos!. Ante todos estos malos augurios, cuando nuestros padres trataban de tranquilizarnos, creímos que era sólo eso y dudábamos, y llevábamos siempre el corazón en la boca.
En las costas los terremotos traen muchas veces inundaciones marinas debido a las grandes olas que se forman y azotan las costas bajas. Matanzitas en Nagua desapareció ante olas de 2.5 m, dado que el terremoto tuvo su epicentro en el mar a 76 Km de Samaná, en la Fosa de Milwaukee o Fosa de Puerto Rico, que tiene 800 Km de largo y 8,605 m de profundidad máxima, siendo la mayor depresión de la transición entre el océano Atlántico y el mar Caribe. La alteración marina formó olas que vinieron del este y en Nagua llegaron por mementos hasta los 4 y 5 m. Primero el mar se retira, y la playa se alarga y esas aguas regresan con gran violencia y velocidad, en ondas mecánicas de gran energía y muy destructivas. Fue un pequeño maremoto o tsunami que penetró algunos kilómetros tierra adentro.
A los pocos minutos de que pasó el terremoto, los ánimos se fueron calmando y el alma nos volvió al cuerpo, y armados de valor nuestros padres entraron de nuevo a la casa a recoger el reguero de cosas tiradas y muchas rotas, vidrios de botellas, vasos y platos, a poner cierto orden, dejando en el suelo lo no roto, por precaución y para evitar más rompedera. Durante los días siguientes no fuimos a la escuela, y preferíamos bajar las camas a la primera planta o dormir en el piso, para en caso necesario poder salir rápidamente. Todas las actividades normales se vieron grandemente afectadas.
Las noticias comenzaron a llegar. Vivíamos pegados a la radio esperándolas y atentos a cualquier vaticinio y enterándonos de los daños en otras localidades, poniendo énfasis en donde vivían familiares y amigos. La intensidad lógicamente varió con la con la distancia del epicentro y ya por la frontera apenas se sintió. Las noticias y las anécdotas llegaban quizás más rápido por radio-bemba, generalmente distorsionadas y dramatizadas, como la de la entrada del mar en Matanzitas y el peligro que nos amenazaba de maremoto y hasta de que la isla fuese “tragada” por la fosa, creando desasosiego sobre todo por nuestra condición de ciudad costera. También las llegaron las anecdóticas, que si en la capital doña fulana que se estaba bañando salió como Dios la trajo al mundo y en el camino agarró un cuadro del Corazón de Jesús caído, y en su carrera y con el golpe sufrido se le desprendió la imagen quedándose sólo con el marco, y ya en la calle se lo puso delante para cubrirse y decía a todos señalando hacia donde debía estar la imagen, ¡récenle a este para que nos perdone!
El vecindario estaba lleno de rumores, rosarios y horas santas, y el jueves próximo, día 8, se ofició una Misa de Gracias en la Iglesia de San Felipe Apóstol, frente al parque central a las 8 de la mañana, que hecha de concreto había sufrido sólo cuarteaduras, pero sus dos altas torres resistieron sin caerse aunque las campanas tocaron una arrítmica melodía. El reloj público en una de ellas se paró y mi padre, quien lo atendía, tuvo que subir por las escaleritas de miedo, desenredar los cables de las tres pesas, darle cuerda y ponerlo nuevamente en marcha. Mi hermana mayor de casi 19 años fue a ese acto litúrgico, y justo a las 8:28 am, durante la misa, se sintió una réplica muy fuerte de magnitud 7.6, posiblemente las más fuerte sentida desde el terremoto del Domingo anterior, día 4. Todos salieron en tropel hacia el parque, y mi hermana cubrió en un instante las 10 cuadras en subida que nos separaban de la Iglesia, y traía en los brazos a la niña más pequeña de mi tío, Carmen Rosalía, sin siquiera darse cuenta.
Todos, vecinos y familia, estábamos en medio de la calle cuando ella llegó como una tromba, exhausta, sin aliento, pálida, totalmente alterada, histérica, diciendo que el mar se estaba metiendo, que teníamos que irnos inmediatamente para la loma. Mis padres trataban de calmarla sin éxito. Papá le mostraba el mar que se veía tranquilo y le explicaba lo alto que vivíamos. Ella casi fuera de sí insistía diciendo que cuando salió ya había llegado al Parque Central, que ella lo vio y que sentía en su carrera que le venía pisando los talones, mojándola, y como prueba mostró sus piernas, zapatos y pies mojados y pasándole un dedo lo probó y dijo que era salado, ¡agua de mar...! ¡Se había orinado del susto!
Total que la aprensión era tal, que recogimos algunas cosas y nos fuimos a pernoctar a una vivienda de una prima de mi madre que vivía en el Cerro de Batlle, un poco más arriba. Allí se hizo un sancocho y dormimos sobre sábanas en el suelo, dentro de la casa unos y bajo los frondosos árboles otros. Yo desde el primer día en que el temblor me mareó, andaba con una botellita de alcohol para olerlo cada vez que sentía que la cabeza comenzaba a írseme.
Al otro día volvimos a la casa y poco a poco los temblores fueron cesando y la vida volvió a su normalidad, pero la experiencia nunca ha sido olvidada, aunque hayan pasado más de 63 años. Siempre lo recordaremos y estaremos alerta, con un temor instintivo que nos dejó impreso, pues sabemos que un día que quizás no tarde mucho, el país volverá a tener una experiencia similar, y ahora con tantos edificios altos, casas de bloques y concreto, muy pesadas, de mucha masa, quizás hasta mal diseñados y peor construidas, sin seguir códigos antisísmicos, en terrenos muchas veces inapropiados, van a causar muchas más pérdidas que las 100 personas muertas y los 20,000 que perdieron sus hogares, mayormente en Matanzitas, como reportan en las estadísticas del USGS (US Geological Survey)
Los terremotos en sí raramente matan, pero los deslizamientos y sobre todo las obras hechas por el hombre, nos caen encima, nos aplastan y nos entierran, muchas veces vivos y maltrechos, y no siempre la ayuda llega a tiempo.
El último temblor fuerte se sintió en el país fue el Domingo 21 Septiembre del 2003 a las 11:45 pm cerca de Puerto Plata, a 40 Km al norte de Santiago de una magnitud de 6.4, que tumbó el mal construido tercer piso del Banco de Reservas y una gran escuela pública. Ambos colapsaron. Gracias a la hora no había personal ni alumnos y se reportaron sólo tres muertes.
El gran terremoto de Ciudad México del jueves 19 de septiembre del 1985 a las 7:55 am, de magnitud 8.0 igual al nuestro, causó oficialmente 9,500 muertos, 30,000 heridos y 100,000 hogares perdidos, y aun se especuló que el gobierno maquilló las cifras y que los muertos pasaron de 20,000.
Acaba de pasar un terremoto de magnitud 7.0 el 3 Septiembre 2009 en Java, Indonesia, que produjo un pequeño maremoto y 72 muertos.
El 12 de Enero del 2010, ayer, a las 5:53 pm hora dominicana, hubo un terremoto de magnitud 7.0 a 7.3 a 15 Km al suroeste de Puerto Príncipe, Haití, con quien compartimos la isla Hispaniola, que devastó la ciudad. Al escribir esto, el día 13, aun no se saben oficialmente cuanto fueron los muertos ni se cuantifican los terribles daños, pero se dice que serán varios miles de vidas pérdidas, y demasiado millones en infraestructura y edificaciones. Nuestro país no sufrió ningún daño ni muertes, pero aunque no quisiera volver a tener en nuestro país una experiencia similar, estoy convencido, porque así lo dicen las estadísticas, que eventualmente llegará otro análogo al del 4 Agosto del 1946, y esta vez, con el hacinamiento que tenemos, y una población 2.5 veces mayor, que no toma precauciones ni del entorno, el terreno, ni la vivienda, penosamente entiendo que no será tan blanco como aquel lo fue. ¡Que Dios nos agarre confesados!
Mty., Mx. * luis@arthur.net * www.luis.arthur.net * www.luisharthur.blogspot.com *13\1\2010