domingo, septiembre 03, 2006

FUENTE DE LA JUVENTUD

LA FUENTE DE LA JUVENTUD

Por: Luis H. Arthur S. http://www.luis.arthur.net/ http://www.luisharthur.blogspot.com/ 4 Septiembre 2006

El puerto de Puerto Plata es una pequeña ensenada entre Punta Cafemba al oeste y Punta Fortaleza en el este. Anteriormente era más grande y bello, pues la playa y sus olas llegaban hasta la calle La Marina, y una pasarela como de un metro de ancho de tablitas separadas, te permitía transitar como por una calzada con el agua bajo tus pies en marea alta, pero en sucesivos dragados, el primero del que fui testigo en 1946 hecho por el Ingeniero Puertorriqueño Benítez Rexach, rellenaron unos 200 metros bahía adentro, en su parte este y el segundo, por los años 70, rellenó la parte que faltaba, toda Playa Oeste y la desembocadura del Río San Marcos.
Coincidiendo con el primer dragado también se hizo el acueducto de la ciudad trayendo el agua desde el Río Sosúa, pues las fuentes de siempre del Violón y el Violoncito, dos presas de toma enclavadas en la falda de la montaña Isabel de Torres en pequeños arroyuelos, ya no daban a basto al consumo de la ciudad.

¡Era la época feliz de la niñez y la adolescencia! Nuestras principales preocupaciones eran jugar, divertirnos y crecer. ¡Vaya paradoja! Teníamos una ciudad pequeñita, manuable, quizás de 10 a 12 mil habitantes, donde la necesidad económica era el factor común de todas las familias. La ciudad contaba con unos 7 o 10 carros privados y unos 4 públicos que viajaban a Santiago y Santo Domingo y cobraban $1.50 y $5.00 respectivamente.

La playa, ese inmenso recurso inagotable era nuestro regalo celestial. Para unos era de disfrute diario. Para otros de goce intensivo durante las vacaciones escolares de las dos únicas escuelas existentes. La “José Dubeau” para niños y la “Antera Mota” para niñas.

Originalmente la ciudad se había desarrollado aledaña al puerto y a la fortaleza que precisamente estaba en Punta Fortaleza como elevada ciudadela o castillo amurallado cuidando al puerto y la ciudad, con su batería de cañones. Incluía un gran Faro para guiar la navegación, hoy restaurado, y su Caseta del Vigía, que anunciaba los movimientos de las embarcaciones con campana y un pequeño mástil con tres palos cruzados donde se colgaban señales informativas.

En la parte este de esta punta estaba el Matadero Municipal y unos 100 metros hacia el este La “Poza del Castillo”, casi en el traspatio de la casa donde vivió el bardo Juan Lockward que la inmortalizó en su famosa canción. Esta Poza se conforma en una oquedad natural al pie de un arrecife de coral de superficie brusca e hiriente de unos 2 ó 2.5 metros de alto que le sirve de atalaya a la costa y que se usaba como trampolín para de ahí saltar, siendo este su acceso normal. Es pequeña de unos 5 ó 6 metros de diámetro y muy segura pues esta rodeada de “bajos” o rocas casi superficiales llenos de erizos.

Al este de la Poza del Castillo se abre la playa que hoy bordea el malecón y que con dos o tres pequeños cabos rocosos, pasa por “Los Castillitos”, el “Coco de Bedú” o “Lonbichito”, Long Beach, la “Poza de Alfonso”, “Playa Dorada” hasta Montellano donde está el aeropuerto internacional , unos 12 Km. y sigue…

A unos cuantos metros de la Poza del Castillo y ya sobre la playa, está la Poza de la Tortuga. Es un pequeño canal azul que desde la misma orilla se abre paso entre los bajos y se interna en el canal abierto que llega al puerto por donde transitan los barcos. Era la playa por excelencia para los niños, por su limpieza y su libre acceso. En la primera, se bañaban los mayores y más “tígueres” y se establecían liderazgos y competencias a “panqueadas” limpias, que consistían en zambullirse de cabeza y cuando las piernas quedaban al aire, con un giro brusco golpear con las mismas al adversario. Por supuesto, una “panqueada” ejecutada con maestría y dominio y recibida de lleno, casi mandaba a uno al hospital o por lo menos fuera del agua a botar el golpe y estar varios días adolorido. Como el área de la poza era poca y los bañistas muchos, había que estar muy cauteloso para no recibir la patada dirigida a otro, lo cual era lo más común, ya que los más avezados lograban diestramente escabullirse y evitar el golpe. Uno se bañaba bajo su propio riesgo.
Era poza y deporte para el sexo masculino y no recuerdo ninguna fémina bañándose allí, posiblemente por el riesgo y el recato de la época.

La matanza en el matadero empezaba antes del mediodía. Estaba construido casi al borde del acantilado. Por muchos años, fui en mi bicicleta del pueblo arriba donde vivía a eso de las 3:00 pm a comprar tripa de vaca, la cual despachaban envuelta como paquete de soga, rotándola con una mano sobre la otra abierta y anudándola por la mitad. Era el complemento de alimento a mi perra Nuni y por entonces costaba 3 centavos el paquete, que posiblemente estaba cerca de pesar una media libra.

Mientras me surtían el producto, me entretenía viendo desde el acantilado a los tiburones que tras la sangre y los desperdicios que fluían al mar aparecían puntualmente como si tuvieran cita. Estaban a unos 3 o 4 metros de la orilla, diestramente nadando entre los bajos y piedras que allí se encontraban, en un agua teñida de rojo.

Entre las muchas anécdotas de la época está el de un amigo que un día al meterse en la poza de la Tortuga vio un tiburón casi en la orilla que lo estaba como quien dice esperándole y en su fantasía, fruto de un grandísimo susto, creyó él que hasta le llamaba haciéndole señas, con una gran sonrisa a mandibulas batientes y pronunciando su nombre: Cuqui. El recuerda que salió del agua más rápido que inmediatamente, casi volando en alas del terror y desde entonces le tomó un respeto reverencial a ese lugar y otros, dominio de esas y otras especies similares.

Otra anécdota es de un amigo de siempre que perdido por demasiados años hemos vuelto a tener contacto por Internet. Como todo jovencito era bastante exagerado y mentiroso. Una vez nos contó en la escuela que con algunos “arrestados” (que se atreven, retan el peligro y no tiene miedo) se fue nadando por el canal de la Poza de la Tortuga hasta el canal principal a unos 100 mts. de la playa. Estaba en mar abierto del lado afuera de los rompientes y dentro de un agua azul que denota su gran profundidad. Por suerte ese día, siguió Rafaelito relatándonos ante nuestro interés y asombro, llevaba un pequeño cuchillo a la cintura que había tomado de la cocina del hotel de su padre, y tuvo la experiencia de encontrarse con un tremendo tiburón, posiblemente de los que comían desechos en el matadero, y ante la embestida de la fiera se vió obligado a entablar lucha cuerpo a cuerpo. Panqueazos para aquí, panqueazos para allá, golpes certeros hasta lograr que el tiburón huyera despavorido después que él diestramente le asentara una certera puñalada con todo el vigor, la fuerza, la maña y la experiencia de sus 10 ó 12 años de sabiduría. Todavía recuerdo la risa de todos nosotros ante tan onírica historia, y su aparente enojo por nuestro descreimiento. Rafaelito, puertoplateño ibero-dominicano, quizás no recuerde esa anécdota, pues tantas “cosas” extremas y extrañas le pasaban que quizás su memoria no sea tan larga.

Al recordar cosas de la niñez, de alguna manera volvemos a ser niños, a recordar cuando el viento nos daba en la cara y la arena se nos metía en los ojos. Las olas nos golpeaban y hasta tragábamos agua salada que aun no contaminábamos. Las risas, los cuentos, los retos y miedos, las quemadas de sol, los juegos de pelota, las batallas a pedradas, las subidas y caídas de árboles, el maroteo, las picadas de avispas, el sentarse sobre un hormiguero, el deslizarse en yaguita y ese discurrir de una vida sin problemas, dispuesta al disfrute, y ajena a las realidades que nos rodeaban y que sólo nos limitaban sin que le diéramos mucha mente. Era la época en que un las de sexo opuesto no habían venido a complicar nuestro ser y alterar nuestra química, y eran sólo amigas, consideradas casi como niños, si no fuera por las serias limitaciones que le imponían sus padres.

Al recordar cada cual lo suyo, al recordar yo mi adolescencia, descubro que por un instante vuelvo a ser joven, a tener sueños, a no temer al futuro, pues sólo existe el presente que hay que vivirlo. A no desconfiar, a no pensar en la maldad. A tener necesidades puntuales que no trascienden el tiempo. A transitar descuidadamente por la vida cuidado por nuestro ángel.

Quizás ahí radique la “Fuente de la Juventud” mientras la ciencia pueda reactivar el programa de infancia perdido de la Glándula Pineal.

Fin.