sábado, mayo 26, 2012

CUANDO ERAMOS NIÑOS


Sin Temor…   Ni Favor…


Cuando éramos niños
 Luis H. Arthur S


En todo enfrentamiento hay un ganador y al menos un perdedor.  Ese es el espíritu de las contiendas.  A través de los siglos se ha querido dotar de cada vez más justeza estos eventos y se han escrito leyes, tratados, reglamentos, metodologías y hasta jueces imparciales para que haya equilibrio. Actualmente se prohíben ventajas manifiestas derivadas de condiciones externas y hasta en deporte se prohíbe el uso de anabólicos o dopaje para que en enfrentamiento físico, nadie tengan ventaja no legítimas.
Una confrontación electoral en cualquier país, debe y de hecho está revestida de una legislación que debe ser lo más clara posible, transparente y potable y de un Junta Electoral que debe ser neutra en cuanto a sus simpatías, ser capaz, ágil y con la economía y el poder suficiente y necesario para arbitrar un proceso que luego no sea cuestionable.  Nosotros tenemos al menos un ejemplo reciente en la formada por los jueces César Estrella, Bonnelly, Aura Celeste, etc. que arbitró las elecciones del 1994.  Un ejemplo y un paradigma que por culpa de Leonel e Hipólito ha degenerado en la caricatura que hoy tenemos, que fuera de los elogios interesados, de políticos y diplomáticos, el pueblo la calificó con ese regalito a los Jueces de una bolsa de excremento en el ascensor del Presidente y los Miembros, quienes a vez son dirigentes del comité político del partido que resultó ganador en las pasadas elecciones de hace una semana, y uno del perdedor, dándole con su actuar la mejor definición y calificación del pueblo a su parcialización.
Cuando las cosas y más las trascendentes se adecuan a los intereses del momento político para tratar de sacar ventajas momentáneas y no a los principios morales y éticos universales, este es el resultado, y ambos contendientes, Leonel y su pupilo Danilo contra Hipólito, ninguno puede declararse inocente, por las mañas exhibidas, las ventajas acumuladas y la actuación y la deformación de la institución que los arbitró.
Cuando las triquiñuelas suplantan la legalidad y se hacen norma, nadie está seguro que el adversario no sea más mañoso que uno, amen que se pierde el principal objetivo que es mostrar cual será el mejor para el cargo.
Mucho se habla de la inocencia de los niños, que para mí es una falacia.  Los niños son tan violentos, mañosos, insultantes como los adultos, sólo que no tienen aun los mecanismos de sofisticación, de proyección de futuro, de análisis, de estos.  Los niños son crueles con sus compañeritos.  No tiene pelos en la lengua para decir cosas duras, burlarse y hasta ejercer violencia sobre sus hermanitos y compañeritos.  Ahora, cuando el tiempo curvo casi junta los extremos de una larga vida, recuerda uno aquellas batallas en nuestros juegos, en uno de bolitas de vidrio, o por un lugar o asiento donde habían otros, por un escondite, por un bate o una pelota, o una muñeca o una cocinita en el caso de las niñas...  Aquellas discusiones constantes e interminables duras e insultantes, llenas de amenazas simples, que se olvidaban al día siguiente y hasta antes, sin réferi, en enfrentamiento biunívoco, donde aprendíamos a convivir, a hacer alianzas, a ceder, nos íbamos refinando.  A veces unos se imponían y otros se sometían y hasta se acomplejaban.  Recuerdo que cuando uno veía que una discusión campal no iba más que a finalizar el juego y quedarnos sin diversión, “aburridos”, cedíamos sin ceder y en forma de sentencia, decíamos para salvar nuestro “honor”: “Está bien, la legalidad de Dios no tiene trampa” o “no importa, Dios es más grande que una mata de coco” y el juego seguía lleno de gritos, risas y “sana” violencia.
Hoy Hipólito trabajador incansable se dejó superar en mañas por su adversario.  Metió la pata muchas veces, al no conectar siempre con antelación la lengua al cerebro que es su castigo de siempre, y no empleó sus armas naturales, las que han caracterizado a su partido para hacer la “justa” pareja y más equilibrada, fue pasivo, usó a algunos de los diputados del partido, de un partido dividido, pero fue confiado y tolerante.  No supo o pudo capitalizar ese hartazgo nacional del 12 años que nos lleva camino a una dictadura y fue perdiendo camino, mientras que Leonel, sin ética ni moral, meticuloso, planificador, mentiroso, de hablar bonito, uso todas sus posibilidades: La del dinero del Estado, las compras de partiduchos, votantes y cédulas, las inauguraciones oficiales casi diarias, el hacer campaña personalmente olvidando que era el Presidente de todos los dominicanos. Junto a alguna de las Cortes Judiciales, las Cámaras Legislativas, todos sus Ministros, funcionarios y sus recursos, la tirada de militares a hacer activismo político, a amedrentar y detener, a ejercer violación flagrante de la ley ante lo ceguera de una JCE hedionda de excrementos de arriba abajo, fue ascendiendo en votos hasta rebasarlo ligeramente.
Ante el resultado que era previsible, a Hipólito, mi contemporáneo, le sería bueno seguir recordando aquellas frases de cuando éramos niños aprendiendo a ser hombres: La legalidad de Dios no tiene trampa y Dios es más grande que una mata de coco, frases que sin decirse explícitamente ponen fin a esta campaña.

Sto. Domingo, R.D.* luis@arthur.net * www.luis.arthur.net * www.luisharthur.blogspot.com *26/V/2012