viernes, diciembre 15, 2006

MI ABUELO

MI ABUELO

Por: Luis H. Arthur S. www.luis.arthur.net www.luisharthur.blogspot.com 14 Diciembre 2006

Corría el año de 1930, terminaba el gobierno de Horacio Vásquez y venían elecciones. Mi abuelo, Luís Federico Sosa Díaz, renunció a la sindicatura de Puerto Plata, reemplazándolo el vice Sindico Sr. Hilton Nataniel Miller Beard, don Nati. Mi abuelo iba a terciar como Diputado por Puerto Plata.

Como sabemos Trujillo dio un golpe de estado y se alzó con el poder por 31 años, y a la par que consolidaba su gobierno comenzó el exterminio de todos sus opositores y críticos.

Habían pasado unos meses y mi madre, casada 4 años antes y quien vivía enfrente, en el Camino Real a escasas dos cuadras del parque central se encontraba en la casa cuando tocaron la puerta. Era un militar joven, bien vestido y de porte marcial, quien luego de saludar pregunto si era la casa del Sr. Luís Sosa. Ante la respuesta positiva pidió que si por favor se lo llamaba. Mi abuelo vino y fue correctamente saludado por el militar y le dijo que el General Trujillo le rogaba fuera al Club de Comercio para mantener una entrevista. El contestó: “Dígale a ese señor, que yo no me junto con ladrones y asesinos”. El militar saludó y se marchó. Mi madre, que había permanecido junto a mi abuelo le dijo: “Papá, acabas de firmar tu sentencia de muerte”. El contestó: “Los hombres sólo se mueren una vez”.

Días después mi abuelo a caballo en su finca ganadera de Yásica, se rasguñó una pierna con un alambre de púas oxidado, y se le infecto la herida.

Cuando Trujillo se enteró que guardaba cama, le mando a decir al médico venezolano residente en mi pueblo que lo atendía, que el enfermo no debía levantarse de la cama.

Con la aparente finalidad de recoger la infección en un pequeño tumor que luego se drenaba, como era práctica normal de la época, ordenó al enfermero que le inyectaran 10 cc de trementina en la parte alta del muslo. Este le dijo que era demasiado y él, mirando hacia abajo dijo: ¡aquí el doctor soy yo! El tumor resultante le abarcó parte del abdomen. El dolor era tan desesperante que se levantaba del lecho y se golpeaba contra la pared. Cuando le abrieron el tumor, junto a la pús sanguinolenta se le drenó también la vida.

El 25 de Septiembre, cumpleaños de mi madre, recibía cristiana sepultura. Una muerte cruel y despiadada. El médico se volvió a su tierra.

Luis@arthur.net