jueves, abril 19, 2007

EL CLUB I

EL CLUB I

Por: Luis H. Arthur S. http://www.luis.arthur.net/ http://www.luisharthur.blogspot.com/ 17 Abril 2007

En mis años de pubertad existía un club en mi pueblo, que para pertenecer a él no se necesitaba más que muchos méritos, mientras más mejor. No había categorías ni se pagaba admisión o membresía. Tampoco se tenía “identificación”

Bastaba con ser de la macolla de jóvenes románticos, que no conseguían novia, que no hacían un “levante”.

En aquella época existía una real separación entre niños y niñas. ¡Las niñas juegan con las niñas! ¡Los niños con los niños! La predica constante era que a las niñas no se les debía tocar ni con el pétalo de una rosa, pues se les podía manchar su honra para toda la vida… La vigilancia era extrema y todo era mal visto y resultaba “sospechoso”.

Algunos nos criamos con mucha aprensión hacia las jóvenes que ellas aprovechaban muy bien. ¡Hasta se hacían las difíciles, las inaccesibles! A su vez ellas sentían terror de sus padres y hermanos. Las únicas tolerantes eran las tías solteronas, que eran siempre las cómplices propiciatorias, quizás por frustración y soledad.

Esta relación de casi un apartheid, casi pecaminosa, creaba grandes tensiones que a esa edad no todos sabíamos manejar adecuadamente.

Cuando a uno le gustaba una joven, empezaba con las vistillas, con las rondas por su casa y las “yucas” en su esquina. Era el modo de que ella notara que uno estaba interesado. En cualquier coquetería, gesto o sonrisa, de esas que las mujeres sabían usar como armas para doblegar, creíamos ver, adivinar o imaginar que en ella había una reacción positiva. El segundo paso consistía en buscar la oportunidad para declarársele, y ahí era donde la puerca torcía el rabo…

Se buscaba actuar a escondidas, en el momento oportuno, con el riesgo del castigo.

La timidez e inexperiencia hacia que el estar cerca de la niña de sus sueños produjera una descarga emocional tan intensa que a uno se le apretaba todo. Ni la voz le salía. La memoria lo traicionaba aunque hubiese repetido cientos de veces el dialogo. Se balbuceaban incoherencias. Nada resultaba y se hacia un ridículo tremendo, que iba a ser burla de todos. ¡Ya eras miembro del club de los flojos!

Tiempos de aprender sin maestro, de transitaba por caminos desconocidos de emociones y reacciones.

¡Como ha cambiado todo!

luis@arthur.net