martes, abril 17, 2007

EL LIMPIABOTAS

DECLAMAR

Por: LuisH. Arthur S. http://www.luis.arthur.net/ http://www.luisharthur.blogspot.com/ 16 Abril 2007

A mi madre le gustaba mucho recitar y cuando soltera lo hacia en actos, veladas, obras teatrales que se realizaban en el Puerto Plata de antaño, donde había casi tantos pianos como casas. Su maestro fue Don Emilio Prud’Home (1856 – 1932), autor de las letras de nuestro Himno Nacional. Por su carácter era muy buena para la poesía patriótica y épica, con que se fustigaba la ocupación americana del 1916 al 24.

Yo fui el último de los 4 hijos que mis padres tuvieron y el único varón. La segunda niña murió antes de cumplir el año de nacida.

Mi hermana mayor fue la que heredó su vena declamatoria, y en sus tiempos también fue parte del elenco siempre presente en todo acto social. Era muy buena y fue del grupito de mi pueblo donde descolló el gran Juan Llibre Quintana.

Aun siendo la rabiza, mi madre trató de enseñarme a recitar y ya un día, siendo ya un jovencito, me dijo que yo no tenia la habilidad de darle las entonaciones y el carácter que es requisito necesario para no ser sólo un lector del texto del poema. Tampoco tengo la habilidad de entonar música, pero esa será otra historia.

No obstante su dura pero correcta crítica a mis dotes declamatorios, yo era el que lo hacia en las muchas serenatas en aquellas noches de brisa suave y yodada, cielo estrellado y calles desiertas, donde una guitarra rompía el mágico silencio de la noche, bajo la ventana o el balcón de la enamorada de alguno del grupo.

La primera poesía que mi madre me enseñó, apenas yo un niñito de pocos años, nunca la he olvidado, distinto a mis hijos que tambien la aprendieron, nunca la he visto escrita en ningún lado y desconozco su autoría, ojalá alguien lo sepa y me la comunique:


EL LIMPIABOTAS

Al caer de la tarde se moría,
como se dobla un tallo, el Limpiabotas,
y al mirarlo en su lecho parecía,
una esperanza con las alas rotas.

Pálido, débil, en su frente había
como un agonizar de ansias ignotas,
y giraban sus ojos en sombrías
visión de horas oscuras y remotas.

Madre, murmuró entonces el moribundo,
con un hilo de voz que fue un sollozo,
arregla mi cajón que fue en el mundo,
mi único amigo, mi mayor consuelo,
voy a lustrar radiante de alborozo,
las botas de los Ángeles del cielo.

luis@arthur