lunes, abril 09, 2007

SEMANA SANTA I

SEMANA SANTA I

Por: Luis H. Arthur S. www.luis.arthur.net www.luisharthur.blogspot.com 8 Abril 2007

En la bucólica Puerto Plata de los 40 y parte de los 50, la Semana Santa se celebraba con un espíritu de recogimiento, como en todas las demás ciudades del país. Siempre era igual.

El Jueves y sobre todo el Viernes Santo, eran días en que la radio trasmitía sólo música clásica que además se oía muy bajito. No se podía hablar alto y los juegos de muchachos eran tranquilos, sin correteos y menos gritos. No podíamos jugar pelota, ni a los vaqueros, o a las escondidas. La mirada severa y la actitud pronta al castigo de nuestros mayores, era el freno necesario para no hacerse acreedor de un “vale” para una buena pela el Sábado de Gloria según la magnitud de la travesura o desobediencia, pues en esos dos días, ni siquiera un pescozón se nos daba. Se acumulaban como deuda a vencimiento, y según repicaban a gloria las campanas de la iglesia el Sábado a eso de las 10 de la mañana cuando acababa la Misa, también repicaban las asentaderas con la correa.

El Viernes era el día de frijoles con dulce. En mi casa mi madre preparaba de comida una fuente de huevos fritos con cebolla, una ensalada de papas, pan y casabe.

A los tres hijos nos servían una porción, y todos queríamos que fuera la menor posible, para dejar mucho espacio para el platazo de frijoles con dulce.

Mi madre le ponía batata, pasas y casabe, en vez de galletitas dulces como lo hacen aquí.

Se valía repetir y como siempre sobraba bastante, se guardaba para comer a cada rato y para compartir con la familia, los vecinos y los visitantes.

En las casas de entonces siempre había un reloj de pared al que se le daba cuerda cada varios días y que colgaba de un clavo de la pared. En mi casa era semanal. Era muy importante que estuviese nivelado para que el péndulo operara con un tic tac parejo y el reloj no se parara. El de la casa tenía un pequeña gavetita en la parte baja, donde papá guardaba unos rollitos de alambre de estaño de varios calibres, para poder arreglar los fusibles eléctricos de tapones de la época. También ahí se guardaba un pan de agua del Viernes Santo, para que la comida no nos faltara. Era el pan bendito del Viernes Santo, que se cambiaba, cada año ya deshidratado y frágil.

A partir del repique de gloria, todo era alegría, bulla, juegos, playa, música, fiestas y en la noche había baile formal. ¡Cristo había resucitado!

luis@arthur.net