viernes, junio 29, 2007

LIBERACION MASCULINA

LIBERACIÓN MASCULINA

Por: Luis H. Arthur S. www.luis.arthur.net www.luisharthur.blogspot.com 28 Jinio 2007

Hace tiempo vengo pensando en formar un grupo para pedir militantemente la liberación masculina. Sólo para ser solidario.

Las mujeres, con su ñe, ñe, ñe, nos han traído trabajando como zánganos de abejas, y ademas nos hacen sentir culpables. Son unas manipuladoras inteligentes.

Ahora se quejan que “tienen” que trabajar, y que su dinero no es suyo, pues les toca a veces aportar parte en la casa.

Quisieron ser iguales que los hombres, rebajándose digo yo, y luego se quejan de que no hay cortesía, que ya no existen caballeros. Se ponen unos escotes voluptuosos, unas minifaldas enseñonas o unos pantalones apretados, donde ni un anhelo cabe, y nos provocan, pero eso no es “acoso sexual”. Pero si algún desprevenido reacciona loco en sus instintos celestiales y pierde el control o le detectan un mirar oblicuo sin espejuelos negros, inmediatamente lo acusan de acoso y ser un degenerado.

¿Saben como se sientan las jóvenes? Si no lo saben vayan al aula de clase de cualquiera universidad. ¡Pobre profesor! A veces no puede ni concentrarse con la hormona alterada. No se extrañen entonces que algunas salgan tan mal preparadas de la cabeza, y “pasen” por un hondo suspiro del corrector.

Cuando Cleopatra y su hermano heredaron el reinado de Egipto, Julio César al frente de los Romanos era dueño de un inmenso mundo en expansión.

Fue a Egipto tras Pompeyo. Se creía el ser mas poderoso en ese momento, pero no contaba con la astucia de la joven veinteañera que tenía que matar a su hermano para permanecer sola en su trono y dependía de ese hombre poderoso, diestro, omnipotente, con sospecha de homosexual, que para que pisara el suelo un asistente le decía bajito al oído: ¡Cesar, recuerda que eres mortal! Ella logró que la metieran en la alcoba del César envuelta en una alfombra.

Cuando éste entró y vio aquella intrusa hermosa, sinuosa, insinuante en toda su magnificencia y sensualidad, tomó su espada flamígera, se despojó de la de acero y en desigual y placentero combate, sólo se le oía gemir: “¡ya me llevó Amón-Rá!”. Tras nueve meses fue vencido y su espada nunca más ardió. Ella le consoló con Cesarión, su único descendiente, y tuvo su reino, para luego enloquecer a Marco Antonio con igual método.
¡Ni los poderosos han podido salvarse del Sexo “débil”!

luis@arthur.net