miércoles, octubre 10, 2007

MI DESTINO

MI DESTINO

Por: Luis H. Arthur S. www.luis.arthur.net www.luisharthur.blogspot.com 8 Octubre 2007

Cuando niños no valoramos el dinero ni la vida. Como adolescentes ya empezamos a valorar el dinero, pero no la vida y la arriesgamos de todas las maneras posibles, sin preocuparnos, como algo sin importancia.

Cuando mayores, con esposas e hijos tomamos conciencia de la muerte y nos volvemos temerosos de perderla. Somos conservadores, llegando algunos en un temor casi patológico a convertirse en hipocondríacos.

Creen falsamente que pueden influir en la cantidad de segundos de vida que Dios puso en nuestra cuenta al nacer.

Cuando viejo sabemos que la muerte cada día está más cerca, ya se siente venir, aunque nadie en su sano juicio quiera que llegue.

Es aquí que surgen las depresiones, cuando sentimos la guerra existencial perdida y somos impotentes. Nadie vive para semilla, dice el refrán.

Muchos lectores y amigos me conversan, me llaman por teléfono y me mandan correos electrónicos, donde me dicen que me cuide, que no ande solo, que los políticos son malos, que mis artículos son muy “fuertes”, que recuerde lo que le pasó a tantos que hablaban claro; algunos están tan despistados que hasta me hacen el gran e inmerecido honor de compararme con aquel joven que sicarios de Balaguer mataron en la periferia de la Universidad de Santo Domingo hace más de tres décadas.

Ese Balaguer, a quien dice el coro de aduladores que este gobierno ya ha superado, pues es el mal imitado. Sin embargo para ser justo diría que el presidente que habla bonito aún no ha competido en el campo de desaparecer físicamente a nadie.

Lo que ahora hago y como lo hago, ya debió estar previsto. Lo entiendo como un tramo marcado en mi camino, que libremente tenía que transitar y que necesariamente terminará adentrándose en la eternidad.

A los que así me advierten les doy las gracias y les digo que Dios ya previó cómo será. Nadie se muere la víspera, sino en el momento exacto. Especulo que puede ser de un ataque al corazón, una enfermedad catastrófica o un tiro bien puesto, ¡quien sabe! Lo que si entiendo es que no puedo cambiarlo, así que para que preocuparme. Tampoco Kennedy y el Servicio Secreto pudieron evitar su destino. Nadie puede. Sólo nos queda pedir que nos haya deparado una muerte piadosa.
luis@arthur.net